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Lo raro y lo queer: Ema, de Pablo Larraín



La moda rápida y la apariencia física solían ser elementos necesarios y casi mandatorios respecto a la aceptación social, entre dichas prescripciones también se encuentra una excesiva celebración de la juventud. Durante años previos hemos venido observando una revolución frente a dichos componentes: las nuevas sexualiades, el género no binario, el lenguaje inclusivo, la estética barata en la moda y la expresión artística corporal. Hace mucho que el ‘look fino’ dejó de ser imperante. Por eso es que recibo Ema con sospecha. Contrario a lo que nos han hecho creer, Ema no es una película visionaria, la película de Larraín se encuentra atrapada en una cápsula de lo pasajero. Creemos que Ema viene a demostrarnos las posibilidades de un nuevo modelo familiar cuando la conversación se ha tornado obsoleta. Parece ser que Larraín sufrió de una necesidad estética concentrada en lo visual y no en el propio contexto actual que rodea a la película.


En verdad, esta enfermiza afección que están sufriendo los directores contemporáneos por adaptarse a las demandas generacionales no funcionan, nos dejan a nosotros –queers, nobinarios, mujeres, feministas–, los representantes y referentes directos de una ’generación del cambio’, como la peor de todas. En Ema no se celebra la construcción de un 'nuevo modelo familiar', se celebra en cambio el hedonismo y la poliamorosidad impuesta. ¿No es la secuencia final prueba de ello? Alrededor de un comedor, Ema, es la única celebrando el culmen de su plan, contrasta con todos los demás: callados, rodeándola, esquivos al contacto con el otro –Gael García Bernal y Santiago Cabrera–, intentando entender qué les ha pasado, se ven poseídos e hipnotizados. En últimas no olvidemos que la película es sobre Ema: una mujer egocéntrica, egoísta y obstinada. Su deseo por ser madre es errático y casi diabólico. El “más pasional de los deseos femeninos”, la maternidad, encuentra en Ema un propósito individual y varias vidas serán objeto del decálogo de esta mujer. La del niño colombiano adoptado no será la única herida provocada por la malvada Ema, hay también un matrimonio que, según ella, se veía triste y lamentable, descubriéndolo únicamente gracias a su plan: se infiltra y pelea por todos alzándose como la heroína de un grupo de personas que nunca acudió a ella en primer lugar.


La nueva familia no ha nacido


A esto se suma una historia, donde la pareja no está lista para tener una familia: el único deseo de Ema es el de tener un hijo adoptado. Incluso la adopción no parece hacerse por las razones más altruistas. Los encuentros entre Ema y Gastón, su pareja sentimental, son irritantes. Es una guerra de egos y siempre susurran, incluso cuando no se encuentran en lugares públicos. La misma pareja se encarga de convencernos de sus nulos deseos familiares. Al menos los de Gastón no son muy claros y es Ema quien siempre tiene la razón. No abogo en lo absoluto por un modelo tradicional de valores heterosexuales y machistas pero en una película que ve oportunidad de hacer visible el 'heteropatriarcado' a través de trucos fotográficos la historia pasa a un segundo plano.


¿No sería extraordinario que el motivador de dicha adopción fuera eso mismo? Es decir, el adoptar porque un niño sin padres necesita una familia. Justamente no tener el deseo de dar amor es lo que quiebra el éxito narrativo de la película. Es Ema, todo tiene que ser sobre ella. Su deseo de ser madre y su deseo de bailar reguetón. Qué importa Gastón, qué importa Polo, qué importa el daño que la mujer gestione, hay que darle gusto (pensaría Larraín). “Me cago con el puto reguetón”, gruñe Gael García Bernal a lo que una de las amigas cuasi feministas de Ema responde echándole en cara de nuevo su culpa por la ausencia de Polo. El niño se menciona únicamente para botarse un discurso en defensa del reguetón. Toda esa parafernalia por reivindicar un género musical me recuerda al texto Elogio al reguetón, de Carolina Sanín. En su texto, Sanín deja clara la fuerza política del género “no solo porque trenza el amor y la rabia, sino porque aglutina e improvisa; no solo porque desconoce la humildad y el pudor, sino porque ignora la tiranía del buen gusto”. ¿Qué es el buen gusto a todas estas? El buen gusto en Ema es inmenso. Desde los envidiables atuendos de Ema y Gastón pasando por la fotografía y la música. Si el reguetón, según Sanín, no respeta el buen gusto, en Ema lo único que se hace es otorgarle por completo al género dicha característica. No es equivocado pensar que la película es también la encarnación misma del texto de Sanín: intelectualizar un género que no lo necesita porque ya es suficiente gracias al ritmo.


El fuego es adorno


¿Por qué tanto fuego? ¿será la referencia directa a que todo lo que Ema toca arde? El fuego como elemento no cumple otro que decorar la imagen, que extasiar nuestra experiencia audiovisual. Todo en Ema es como robado de un videoclip, una pieza de corta duración que podría pertenecerle al mismo CANADA, director de videoclips como Malamente de Rosalía, Comix de El Guincho y Physical de Dua Lipa. En ese sentido, Ema termina siendo un álbum visual, no es mentira que aquí muchos estén por la maravillosa composición musical de Nicolas Jaar. Pero Ema no deja de ser solo eso: la ascensión del neo-perreo y el techno en países latinoamericanos y no precisamente como fuerza política. La película reúne todo eso para regalarnos notables momentos fotográficos; grandes películas se han hecho con menores recursos y en las circunstancias más miserables. Es como sí Larraín no hubiera sabido manejar el dinero en Ema. Es curioso que quienes celebran esta película sean aquellos mismos que renegaron de la lujosa The Neon Demon, de Nicolas Winding Refn. Una película que no está lejos de ser su alma gemela: dos mujeres, dos objetivos individuales y varios personajes devastados a su paso. Una película que también representa lo mejor de la técnica fotográfica actual: el ya tan manoseado aspecto neón, los destellos, el montaje híper-acelerado y el acompañamiento de música electrónica.


Antes y después de la calle


También deja de ser relevante la aparición de una película chilena como Ema después de que ese mismo país fuera líder respecto a la sublevación latinoamericana sucedida justo antes de la lamentable situación sanitaria actual. Su director, Pablo Larraín, es conocido por su trabajo histórico y biográfico sobre situaciones agudas en su país: Post Mortem, Tony Manero y No. La dictadura, la desaparición forzada, la tortura y la división de clases sociales son materiales presentes en la filmografía de Larraín. Supongamos que la salida de más de un millón de personas a las calles de Santiago en octubre de 2019 inspire su próxima película. Es emocionante pensarlo porque en ocasiones anteriores el director ya ha demostrado el ojo que tiene respecto a dichos temas. Su espléndida reconstrucción de hechos y creación de personajes políticos nos han dejado boquiabiertos, si no rígidos, frente a la pantalla. En cambio, Ema se queda corta respecto a dichas películas y, aunque hay quienes dicen que no debería comparársele, para mí es la evidencia concreta de una insuficiencia.


La verdadera nueva familia


En cambio, los nuevos modelos de familia latinoamericana deberían revisarse en películas como Breve historia del planeta verde, de Santiago Loza. Una película argentina que ya comienza su historia presentando a un trío de personajes desobedientes e inusuales. Los tres –una mujer trans, una mujer solitaria y un joven queer– representan una generación que ni siquiera tiene que apoyarse en la juventud o en lo atractivo para gritar revolución. Ellos mismos son la fiel expresión de un nuevo modelo familiar que reclama su lugar en el mundo, en este mundo tan específico de la película donde se muestra un territorio argentino impreciso y gris. Todo diferente a Ema, donde la juventud es el apoyo, es el cambio y la excusa más infame de un nuevo modelo padres–hijos fundamentado en el poliamor forzado y construido desde el objetivo único de un personaje femenino. De un modo opuesto, la película de Loza nos muestra la historia de una amistad unánime, honesta y eterna.


La película es el paralelo directo de Ema en cuanto evidencia los antecedentes de un nacimiento, expone la figura materna y construye nuevos lazos familiares. También es una historia de madres e hijos, sobre familias capitaneadas por mujeres. Al igual que Larraín, Loza se permite revisar el acto de adopción. Por un lado Ema intenta esbozar la posible situación con un niño colombiano en territorio chileno pero flaquea cuando lo olvida por completo con el propósito de narrar la perversa historia de su protagonista principal y el asunto personal por recuperar la credibilidad social de quienes la rodean. En el caso de Breve historia del planeta verde la criatura adoptada es un alienígena que en el mejor de los casos también representa a quienes dejan su lugar de origen para establecerse en otro. La heroína del film es esta poderosísima mujer trans a quien luego de la muerte de su abuela se le encarga devolver la criatura extraterrestre. Sin despertar un lugar oscuro y malvado, la película del director argentino es todo lo contrario a Ema, puesto que da origen a un sumario de preguntas sobre la procedencia de la criatura, cómo siente y cuál es su contribución a la relación ya existente entre los personajes protagonistas.


Cuando una película como Ema corrompe su historia de “revolución poliamorosa” a causa de un interés por representar visualmente su propio soundtrack no estamos de ninguna manera asistiendo a una mirada sobre los nuevos modelos familiares. Los personajes en Ema no entienden la diferencia porque su lógica es egocéntrica y es física –hay un interés por mostrarse, posar y bailar–. Por otra parte, Breve historia del planeta verde, que también se suma a la aventura estética de los colores ruidosos y los sonidos electrónicos, hace explícito su interés por concebir y celebrar otras vidas. Los personajes ya se presentan como al margen de los constructos sociales (y no precisamente por vestir un overol, una chaqueta de peluche o blanquearse el cabello) y llevan el mensaje de la extrañeza a todo lado sin emular la misma rabia y agresividad de sus victimarios: los bullies. En cambio, su viaje es uno donde reconocen el pasado como lugar sanador y consolidan sus identidades como pertenecientes a la de ninguna especie. Son héroes en tanto se exponen al matoneo y proceden como quieren porque lo sienten naturalmente sin hacer daño, obligar o incinerar a quienes los rodean, ellos, en cambio, luchan contra la agresión. Ema en ese sentido es la inversa: una mujer y una película abrasadora que carboniza e incómoda por las razones más lúgubres y egoístas. ¿No son los nuevos modelos familiares comuniones que respetan y son fieles a todas sus partes?


Texto por Sebastián Abril

Edición por Pablo Roldán

Piezas gráficas por @_maldecido_



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